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martes, 28 de abril de 2009

MORILES: ¿PASADO O ACTUALIDAD?




Por Antonio Cortés, Cronista oficial de Moriles.

Investigar el pasado de un pueblo es una tarea noble y arries­gada al mismo tiempo; es como una aventura con sus riesgos y peli­gros, pero con la nobleza y la dignidad de las grandes empresas que les da el compromiso con la verdad.

Pero la historia queda relegada al pasado, no se plantea su re­lación con el presente, con la vida actual, con las costumbres y los intereses del hombre de hoy. Por eso pensamos con frecuencia que la historia del pasado es algo que no nos interesa, que nada tiene que ver con nuestra vida, con nosotros mismos. Es el presente quien nos tiene atados a este mundo; es cada día de nuestra existencia el que va dando sentido a nuestra vida. Precisamente algún pensador moder­no se ha planteado ya el fin de la historia.

Voy, por tanto, a centrarme en este artículo sobre el presen­te de nuestro pueblo, el que estamos viendo día a día, el que nos encontramos por las mañanas al echar manos al trabajo o ante un día mas de paro, el que comentamos en el bar con los últimos chismes del día. Evidentemente estos son malos tiempos para el trabajo y la economía; la crisis de las empresas nos esta' afectando a todos y los negocios no van tan bien como quisiéramos. En Moriles se siente es­ta crisis general y se reacciona de una forma muy particular: con miedo y desconfianza. Nunca me ha gustado remarcar los defectos de nadie (aunque tampoco he sido de los profesionales del incensario, no he sido turiferario de nadie), pero cuando pienso en Moriles veo un pueblo parado, indeciso, como asustado; y eso me inquieta. Sí. En Moriles hay miedo, y el miedo engendra desconfianza. Esto está marcando un carácter negativo en el pueblo que hay que censurar, aunque no vaya en consonancia con el aire festivo y alegre de estos días.

La uva y el vino deben ser la principal fuente de riqueza del pueblo y no se puede pensar en un futuro para Moriles apartado de la producción y la comercialización del vino. Pero ¿qué riqueza está creando el vino en Moriles? La causa ¿está en la crisis o en el miedo y en la desconfianza de unos con otros que al final hace que nadie prospere y todos se conformen con "ir tirando"? El caso es que una de las mejores zonas en calidad y en producción de vinos finos permanece totalmente al margen de todo desarrollo agrícola e industrial. Y hablo de desarrollo de un pueblo, que nada tiene que ver con que prospere particularmente tal o cual empresario audaz que se enriquece aprovechando una determinada coyuntura política o económica. El enriquecimiento de un pueblo hay que verlo en el aumento de sus servicios, en una amplia capacidad de oferta al ciuda­dano que de este modo estará en disposición de producir cada vez mas.

Otro aspecto inquietante de nuestro pueblo: la juventud. A par­te de que las posibilidades de empleo son casi nulas, ¿qué activi­dades formativas pueden encontrar que completen la instrucción que reciben en el colegio? Algunos tímidos pasos se están dando en este sentido, pero la oferta cultural, formativa, del municipio y, sobre todo, los resultados, están todavía en el campo del subdesarrollo. El fracaso suele ser el final de muchas actividades e iniciativas que comienzan; las zancadillas y maniobras sucias suelen estar presen­tes en muchos de estos casos.

En resumen, en Moriles fracasa una gran parte de las iniciati­vas de tipo empresarial, comercial o bien de tipo cultural que con la mejor intención del mundo algunos de nuestros paisanos han inten­tado llevar a cabo; iniciativas que pretendían crear empleo, rique­za o cultura. Moriles ha sido siempre un pueblo trabajador y empren­dedor; ejemplos de tesón, esfuerzo y trabajo tenemos mas que suficientes. ¿Por qué, entonces, no se ve un desarrollo, un progreso en nuestro pueblo? Es el miedo ,la desconfianza, que hacen que acabemos poniendo la zancadilla o haciendo el boicot a nuestros propios in­dustriales, comerciantes, artesanos o profesionales. Ya ha pasado la época en que una persona podía enriquecerse ella sola trabajan­do su finca. Hoy hace falta colaboración, espíritu de empresa, crear empleo y, sobre todo, perder el miedo y la desconfianza de los demás.

Volviendo al principio de mi articulo, creo que el conocimien­to de la historia de Moriles nos puede dar la clave del por qué de esta desconfianza. Moriles ha sido un pueblo que nunca ha traba­jado para sí mismo, ha sido un trabajador por cuenta ajena y mal pagado que siempre ha dependido de alguien para poder subsistir. Nos sometemos así' a los intereses de otras personas a quienes ser­vimos creyendo que de ellas depende nuestra subsistencia. Este servilismo, tan acusado como defecto en Moriles, es otra de las cau­sas de la falta de iniciativas y del fracaso de las pocas que se intentan poner en marcha.

Moriles será un pueblo competitivo, a la altura de los tiempos que corren, cuando se libere totalmente del viejo lastre de la incultura y el caciquismo y pueda tomar por sí mismo las riendas de su destino en una comunidad moderna y culta.

Paris, agosto 1 993
(Publicado en Moriles, Revista de Feria 1993)

lunes, 27 de abril de 2009

El Municipio de Moriles: SU ORIGEN Y SU ESCUDO

Me parece apropiado como dato de interés para el pueblo de Moriles, dentro del marco de sus fiestas locales, hacer un pequeño esbo­zo de su origen como municipio y una somera descripción del primitivo y del actual escudo heráldico.
Hablar de los orígenes de Moriles es hablar de D. José Fernández Jiménez, diputado a Cortes por el distrito de Montilla. Para ello hay que remontarse a octubre de 1908, hace hoy 75 años. El día nueve de dicho mes, D. José fue invitado a un banquete en Aguilar de la Frontera y en él hizo manifestación pública de su intención de crear como municipio inde­pendiente la "pequeña aldea de Zapateros". Este proyecto lo calificó en aquel acto -según publicó al día siguiente el periódico "La Pro­vincia"- de "reforma local, bandera bienhe­chora, hermosa inspiración y empresa meritoria". A los dos años exactos, el 2 de octubre dc 1910, el Sr. Fernández Jiménez presentó el Proyecto a estudio y no fue aprobado hasta el 30 de enero de 1912 creándose una comisión en las Cortes presidida por D. Javier Gómez de la Serna (diputado por Hinojosa del Duque) y de la que formaban parte otros dos cordobeses: Alcalá Zamora y Calvo de León. Tras la crisis ministerial de marzo, el Proyecto fue definitivamente aprobado por la Cámara Alta y presentado a sanción por el Rey el día 3 de mayo. La Ley emancipadora, que consta de tres artículos, fue sancionada por el Rey con fecha 1º de junio de 1912 y publicada el 18 de junio del mismo año. A partir de enton­ces Moriles quedó constituido como munici­pio independiente, contando a la sazón con 16 calles, 337 casas, 428 familias y 2.125 habitantes.

El hombre que inició todo este proceso, previendo un maravilloso futuro para este pueblo ligado para siempre a la calidad de sus vinos, res­pondía así con talante liberal, propio de la época, al corresponsal del Diario de Córdoba:
- “He dado vida a un pueblo; he creado dentro de mi provincia un municipio; he emancipado de una dependencia histórica a un grupo ­de familias otorgándoles la soberana facultad de gobernarse por sí mismas; he suprimido el nombre antiestético y ramplón de Zapateros por el de Moriles que es el que llevan los riquísimos vinos de aquella comarca, y he cumplido, en fin, en la forma que acostumbro, un ofrecimiento".

Constituido el primer ayuntamiento el 1 de enero de 1913 como culminación del proceso electoral de la Ley del 18 de junio, se diseñó un escudo de la Villa que figuraba en 1os sellos municipales y demás documentos oficiales del municipio. De uno de esos sellos hemos sacado la presente reproducción. De este primer Escudo es de destacar la cantidad de detalles en su representación y lo anecdótico de sus figuras. Así tenemos que, con una ingenuidad representativa, dentro de un intento realista y exhaustivo de abarcar el centro de la vida económica del pueblo, aparecen las tijeras y la hoz de podar, el racimo de uvas, la azada y el barril, y en el interior, en un círculo dividido, el águila del escudo de Aguilar, un lagar y la inscripción de la fecha de constitución del municipio: AÑO MCMXII 18 junio. Y en el centro, rodeada de una guirnalda de pámpanos, la antigua tinaja para el mosto.

Este fue nuestro emblema local durante 39 años, hasta que en 1951, la Corporación decide solicitar un proyecto de nuevo Escudo heráldico y el Ministerio de la gobernación pasa dicho proyecto a informe de la Real Academia de la Historia. Esta docta Corporación propone el actual escudo cortado, sustituyendo el águila del Señorío de Aguilar por las tres fajas de gules de la Casa de Córdoba sobre el primer cuartel de oro. En el segundo cuartel, de plata, el racimo de uvas solamente, suprimiendo las demás figuras alusivas. Permanece la inscripción del AÑO MCMXII, aunque desaparece la del 18 de junio.

Sencillo, yo diría que pobre, este Escudo actual frente al primitivo lleno de imaginación y riqueza en atributos locales y también históricos.

Antonio Cortés Cortés
Cronista Local

(Publicado en Moriles, Revista de Feria, octubre, 1983)

jueves, 23 de abril de 2009

Identidad y Cultura

El año 1911, en la carretera de Aguilar a Moriles, se descubrió un mosaico de origen ro­mano. Al intentar su rescate, se deshizo en un barro de cal y arcilla.

Cuando intentamos remontarnos a los orí­genes humanos de Moriles, en busca de una población autóctona, todos los vestigios de vida se nos escapan y descomponen entre los dedos como aquel antiquísimo mosaico. Ante la imposibilidad de remontarnos más lejos en este breve artículo, vamos a pregun­tarnos por nuestros inmediatos antepasados. ¿Fueron, tal vez, aquellos moriscos a quienes Cervantes se refiere en sus Novelas Ejempla­res? No cabe duda de que en su descripción Cervantes cae en la discriminación, muy a to­no con la época, pues como dice Caro Baroja, "en torno a la persona de cada morisco se for­ el lugar común al que pagaron tributo des­de genios como Cervantes hasta hombres menos que mediocres”.[1] El morisco vivió como minoría discriminada en medio de una socie­dad invasora que nunca llegó a aceptarlo.[2] Por eso el siglo XVI está lleno de conspiraciones de los más atrevidos y huidas y ocultamientos en busca de tranquilidad por parte de los más timoratos. El caso es que en esta zona hubo un asentamiento morisco muy importante. Cuando en 1610 el gobierno de Felipe III decreta la deplorable expulsión de los 60.000 morisco andaluces que sumiría a Andalucía en la miseria y la decadencia, no es de extrañar que los marqueses de Priego o bien los señores de Aguilar protegiesen y ocultasen a los moris­cos que cultivaban estos pagos por ser gente muy trabajadora y pacífica, recluyéndolos en humildísimos refugios como jornaleros o apar­ceros. Estos reductos de moros o ghettos co­menzarían a llamarse los Moriles por asimila­ción a "los toriles" (donde quedan encerrados los toros) Ese nombre perduraría durante los siglos XVII y XVIII.

A finales del S. XVIII, había sólo en Moriles "unas cuantas chozas humildísimas cu­biertas de retama. Albergábanse en ellas 1os jornaleros ocupados en las faenas de las viñas de los Moriles".[3] Poco a poco fueron apareciendo los lagares para facilitar las faenas de recolección, dando lugar así durante el XIX, a una pequeña aldea que debió ocupar la zona comprendida entre la Fuente Vieja y las calles de los Pozos, el Callejón (que se llamó calle del Agua) y la Cochera (que se llamó calle de la Fuente). Es decir, la zona húmeda del pueblo que muchos hemos conocido llena charcas y fuentes completamente plagadas de insectos acuáticos llamados "Zapateros" que terminarían por dar nombre al conjunto todos aquellos lagares. Más tarde, en 1912, el nombre fue sustituido por "antiestético y ramplón" por el de Moriles, que había pasado a designar a los riquísimos vinos de la comarca.

Pero todo esto no es más que pura hipótesis; nada hay confirmado sobre ello. Es sólo un intento de buscar nuestra propia identidad, nuestras raíces, para acercarnos un poco a nuestra cultura. Moriles necesita recuperar su pasado porque la cultura de un pueblo, de un grupo humano, depende de todas las circunstancias históricas, sociales y humanas que han ido forjando la forma de ser de ese pueblo. Y la identidad de Moriles la han ido forjando sus jornaleros brazo a brazo con la tierra en una lucha por dominarla. El año 1904 las cosechas estaban totalmente perdidas a causa de una gran plaga de filoxera que azotaba los viñedos desde 1888: pero el tesón y el esfuerzo de sus jornaleros logró reconstruirlos nuevamente.

No hemos encontrado una población autóctona importante, ni vestigios de vida que nos hablen de un pasado histórico, pero hemos comenzado a profundizar en nuestras raíces y esto nos pone ya en el camino de poder establecer nuestra identidad y nuestra cultura.
Antonio Cortés

[1] Julio Caro Baroja. Los moriscos del reino de Granada
[2] Gran Enciclopedia de Andalucía. Sevilla, 1979. t. 6, pp. 2487 y ss.
[3] Diario de Córdoba de fecha 21 de junio de 1912
(Publicado en "Moriles", Revista de Feria, año 1983)

domingo, 19 de abril de 2009

Desde París: Recuerdos e impresiones




Por Antonio Cortés Cortés
Cronista Oficial de Moriles

Con éste, son ya dos años de ausencia en nuestra Feria. Dos años consecutivos son mucho tiempo cuando se ama una tierra, cuando se comprende que la Feria no es solamente unos días más de fiesta (en el año tenemos muchas oca­siones para hacer la fiesta, ir a la fiesta o soportarla fiesta); es mu­cho tiempo porque la Feria es la Fiesta de todos, la fiesta de los presentes y también, afortunadamente, de los ausentes, "los que se fueron", como hemos escrito en alguna ocasión. Al escribir para nuestra Revista pienso en mi ausencia, en que no voy a estar presente esos días grandes para todo el pueblo. El año pasado, cuando Paca Contreras pregonaba nuestras Fiestas, yo le escribía que, aunque ausente, me iba a sentir entre aquel público que le aplaudiría, que habría un cora­zón más, como tantos otros años en aquel entrañable local del "Cine de Muriana", como le decíamos antes, o de la "Asociación de Veci­nos", como le decimos hoy. Por eso, porque la Feria es la otra Fies­ta, la diferente; es la fiesta de to­dos.

Las ferias han aparecido unidas a la expresión cultural de los pue­blos. Por eso, estos días, junto a la diversión aparece siempre un as­pecto cultural, algo que refleja la forma de ser, la idiosincrasia de nuestro pueblo, de nuestra gente. Por eso también esta Revista reco­ge, junto al programa de festejos, otras muchas facetas de la vida municipal, de los deportes, de la cultura en general.

Y es que Moriles es un pueblo que, aunque joven, comienza a tener su propia personalidad, su propio peso específico. Moriles cuenta ya en el mundo de la cultura de los pueblos, estos pueblos que, no por grandes o pequeños, son mejores ni peores, ni más adelantados ni más atrasados, ni más cultos ni más incultos, ni más dignos ni menos dignos. Pueblos pequeños, como Moriles, que merecen la misma con­sideración, el mismo respeto que otros más grandes. Hoy han desa­parecido aquellas grandes diferen­cias culturales entre medios rura­les y urbanos. Las modas, los hábitos y las costumbres se han generali­zado; la gente es la misma en todas partes. El espíritu y la dignidad de los pueblos y de las gentes son siempre los mismos independien­temente del medio rural o urbano. Es más, los pueblos pequeños pre­sentan hoy ciertas ventajas que la gente de la ciudad quiere aprove­char con el siguiente lema: “Trabajar en la ciudad y vivir en el pueblo".

Es la misma gente con las mis­mas preocupaciones, los mismos intereses, las mismas luchas, las mismas alegrías. Los pueblos guardan aún un tesoro muy impor­tante en el campo de las relaciones humanas: la comunicación. En las grandes aglomeraciones urbanas cada vez hay más víctimas de la incomunicación que van cayendo en un gregarismo despersonaliza­do, en una masifícación total: es el precio de una civilización que tiende a destruir la comunicación personal, el tú a tú, la tertulia de ami­gos, la postura crítica ante la vida, sustituyéndola por la incomunica­ción, por otra forma de relacionarse masificada, acrítica e impersonal.

Todas estas reflexiones me trasladan a mi vida en París donde no me falta el recuerdo continuo de mi pueblo, de mi gente. Pasear por las calles de París es una experiencia maravillosa, es abrir el fascinante libro de la jungla humana, es meter­se en la gran máquina de la ciudad, vivir la aventura de la incomunicación en el interior de un enorme enjambre de personas donde todo está marcado, todo va previsto. Son millones de desconocidos que conviven, millones de piececitas de un gigantesco engranaje que funciona a la perfección. Es la lucha de la individualidad frente a lo marcado, lo previsto. París es la locura. A veces me paro en una esquina y me limito a observar a la gente, su aspecto y su conducta, a mirar simplemente lo que ocurre en la calle. Entonces tengo la impresión de que estoy en cualquier parte, Moriles, París o la selva del Amazonas, no importa dónde, y com­prendo que lo que veo es exactamente lo que pienso.

Por la tarde, junto al Sena, ilumi­nados los "quais" entre la bruma por enormes farolas, siento cómo mis pensamientos, mi nostalgia son arrastrados desde la "rive gauche" por aquellas aguas oscuras, bajo los puentes (siempre hay alguien sobre los puentes, un turista curioso, una pareja de enamorados, alguien apresurado que cruza, dejando sobre el agua su curiosidad, sus besos, su indiferencia, su prisa o su estrés). Y quedo vacío de todo, en una calma total, sintiéndome al mismo tiempo lejos y cerca de todo, de París y de mi tierra. El espacio no tiene importancia sobre el Sena. Tampoco el tiempo existe junto al río; sus aguas se han llevado el tic­tac de nuestra angustia y queda­mos un instante, unos minutos, un siglo, sumidos en el tibio abrazo de la bruma y el pálido reflejo de las farolas.

Cruzo el río por el Pont au Dou­ble después de caminar desde la Place Saint-Michel. La fachada derecha de Notre Dame envuelta en la penumbra, enigmática, y sus dos torres principales me sobreco­gen y no puedo evitar el recuerdo de Cuasimodo y la gitana Esmeral­da. Pero los grupos de estudiantes jóvenes que llenan la Place du Parvis Notre Dame con los “flashes” de sus cámaras fotográficas y sus latas de coca cola me hacen recordar que estoy en el corazón de París, l'lle de la Cité, del París monumental y turístico (París-Moriles, 1.750 Km. "Pero ¿qué hago yo aquí?) El sentimiento de soledad y lejanía me empuja a cruzar la puerta y sumergirme en ese mundo de misterio que es el interior de la catedral. Ya es tarde y está finali­zando el concierto de órgano de los domingos. Las bóvedas, el crucero, van quedando sumidos en la penumbra y se comienza a desalojar las naves en un leve rumor que parece salir de las piedras de cada columna. Es incomprensible la sensación de espiritualidad, de inmaterialidad creada con tanta tonelada de piedra. Espíritu y materia conviven desde hace siglos bajo aquellas bóvedas como la Bella y la Bestia, como la Gitana y el Jorobado.

Después de pasar a la “rive droite" por el puente d'Arcole, camino hasta el Hotel de Ville a tomar el Metro para el regreso. La noche es fría en París. La estación de Metro es cálida y algún "clochard" se ha refugiado ya en ella con su botella de tinto y su eterno "Gauloise" en los labios. El Metro es el otro mundo de París, es el otro París, el subterráneo. Es un mundo de hormigas humanas aparentemente revuelto, en desorden, pero donde todo fun­ciona con una metodicidad extraordinaria. A esas horas, reina una gran calma en los largos túneles que conducen al andén donde la gente espera sin prisas el próximo convoy. Hay alguien que rompe el silencio de la espera y cuenta a los presentes, en alta voz, la desgra­cia de su vida, de su soledad; una señora, algo mayor y gafas oscu­ras, inicia una melodía con un acordeón. Nadie parece escuchar ni una cosa ni la otra y con indiferencia, como ausentes, en un acto mecánico, se acomodan en el inte­rior del primer tren que acaba de entrar en dirección a Pont de Neuilly, ahogando las lamentaciones del primero y la desafinada melodía de la segunda. La señal sonora anun­cia el cierre automático de las puertas y partimos -silencio completo en el vagón- cada uno con sus pensa­mientos y su oscuro destino hacia una noche que comienza en el corazón de París.

Y pienso de nuevo en mi pueblo, en la gente que se saluda por la calle, que se pregunta por la salud o por la familia, o en esos momentos de copas en la taberna o en el bar, donde no hay prisas ni angustias ni estrés. Nuestros pueblos conservan un precioso tesoro en esta tradición de las ferias que mantienen la maravillosa y sana cultura del ocio y las relaciones humanas tan necesarias hoy en esta civilización de la incomunicación, de la desconfianza y del miedo a los demás. Moriles guarda ese tesoro en su Feria; una Feria, como dije antes, de todos y para todos, independientemente de que tenga lugar en el Centro o en las afueras del pueblo, de que comience el cuatro o el siete de octubre, ¡qué más da! La Feria está ahí y aquí estamos nosotros para vivirla y transmitirla, para celebrar esta gran fiesta de la comunicación, de la paz, de la alegría de vivir, y cerrar el paso a esa otra civilización que nos invade de la incomunicación, el estrés, la prisa o la agresividad.
(Publicado en Moriles, Revista de Feria 1991)

viernes, 17 de abril de 2009

Evocaciones y recuerdos

La tarde estaba pálida y fresca. El sol a punto de caer tras los cerros haciéndolos reventar cepa a cepa en su jugoso fruto. Yo paseaba entre lujuriosos racimos con una media luna dibujada ya, tímida, por encima del ho­rizonte. Los grillos comenzaban su monótono concierto.
De pronto fue como si en un instante se fundieran pre­sente, pasado y futuro, como si los eternos mitos del pa­sado se proyectaran hacia un futuro incierto llenándolo todo de tristeza y añoranza.
- ¡Vamos, más de prisa! No dejarse atrás ni un raci­mo. Esa canasta, más llena todavía.- Era el señorito; a lomos de una mula, con un raído aparejo, iba y venía por entre la inmensa cuadrilla de hombres, mujeres y niños que con extraña avidez cortaban los dorados raci­mos a punto de estallar en un caldo dulzón y pegajoso. Más al fondo, junto a la linde, una reata de mulos, bu­rros y algún que otro carro esperaban con sus cestos de vareta ver completada su carga para dirigirse al lagar. Los "pisaores", en las prensas, con un arte y esmero aprendidos de sus padres, iban sacando chorro a cho­rro, gota a gota, todo el caldo hasta llenar los pozuelos de mosto y el ambiente de olor a vendimia: ese olor que termina por penetrar todo el cuerpo, por impregnarlo todo. En el pueblo había bullicio. Los lagares estaban a tope y los cestos eran pesados uno a uno antes de va­ciarlos en la prensa.
Caminé lentamente entre las cepas pero sólo vi una tierra seca y arcillosa. Aquella estampa del pasado pe­saba sobre mi mente como una evocación de los tra­bajadores que han construido esta tierra. ¿Qué secretos no guardarán estos campos, labrados a fuerza de sudor y vidas de jornaleros dejadas a jirones tras los surcos re­cién abiertos? Su muda elocuencia me hablaba de an­cestrales luchas, pasiones agitadas al calor del vino, es­clavitud de hombre de la gleba. Tierra de arcilla y al­fareros.
Mi mente me trajo recuerdos infantiles: olor a barro cocido, a ladrillos, tejas y yeso recién salidos del horno; juegos de niños con barro, estatuillas de tierra-blanca; casas de barro apisonado... Vi una gran calzada romana cruzando con su perfecto empedrado aquellos fér­tiles pagos a donde el dios Baco con su padre Júpiter, el seductor, había trasladado su Olimpo. Figuras de pie­dra y barro bordean la amplia vía. Lujosos monumen­tos funerarios jalonan la calzada ante las puertas de lujosas villas: apolos, bacos, ceres, venus, y bustos de emperadores se prodigan por doquier; ídolos de piedra y de barro sacados de la tierra. Luego, recuerdos de imágenes de Semana Santa entre largas filas de penitentes; olor a cera y a bengalas. Aquel sayón de mirada fiera y ma­no airada me hacia sentir un miedo enorme, y aquel Cris­to yaciente, en sepulcro custodiado por guardias, me im­ponía, más que respeto, temor.
Pero, ¿qué sentido tendría todo aquello? ¿Qué relación habría entre aquellos dioses, sus luchas y pasiones mitológicas y mis recuerdos infantiles? ¿Por qué esa mezcla de imágenes y recuerdos? ¿Sería el mito la explicación del pasado, justificación del presente e incluso revelación del futuro? Cuando pasado, presente y futuro se mezclan, el tiempo gravita todo sobre un instante en un intento de dominar el universo. Y ese instante lo veo ahora envuelto en sangre: sangre de jornaleros, pequeños propietarios y aparceros; sangre como tributo por la posesión de la tierra, porque la tierra sólo la poseen los muertos...
Y el pasado seguía imponiéndome imágenes de muertos y sangre que se mezclaban con la tierra. De Aguilar y Montilla, camino de Lucena y Loja, venían las huestes cristianas, los ejércitos del castellano invasor arrasándolo todo. Humildes casas de labor y algunas chozas se extendían por aquellos pagos habitadas por laboriosos musulmanes que trabajaban la tierra con sus manos. Antes de que aquel grupo de pacíficos trabajadores alcanzasen las colinas en su huida, caballos, jinetes, infantes y lanceros habían cercado los humildes caseríos y la sangre árabe se mezcló con la arcilla. Sangre y arcilla: barro para los ídolos y estatuas, barro para construir las iglesias de los nuevos dueños...
Miré el cielo y la media luna se fue apagando. Enmudecieron los grillos; las amapolas palidecieron y dieron su color a la tierra. Las carrihuelas callaron sus campanitas de plata; el triste mochuelo se refugió en su chueco y el tímido verderón escaló la alambrada: la tierra era ya toda roja y yo pensé que había vivido siglos paseando entre aquellas cepas, por aquella tierra seca y arcillosa. Un jornalero cavaba aún el pie de una planta. Me acerqué y quise tocar su raíz... Se me deshizo entre los dedos empapada en un extraño líquido rojizo. El labrador arrugó la frente, movió la cabeza y recogiendo la talega con los restos de su vianda, azada al hombro, me dejó solo con mi presente triste y mi futuro incierto.
A. C.
(Publicado en "Moriles", Revista de Feria, 1986. )

miércoles, 15 de abril de 2009

Raíces

La búsqueda del pasado en un pueblo sin historia Cuando intentamos encontrarnos con el pasado en la histo­ria de los Moriles, éste se nos escapa y desaparece hundién­dose en la tierra como las raíces de una vieja cepa bajo la dura y blanca tosca de nuestras viñas buscando siempre lo más profundo. Moriles no posee ningún pasado glorioso, cargado de realizaciones brillantes ni de nombres ilustres. Moriles no posee historia, pero la historia de Moriles está ahí, en sus hombres y en sus viñas, pues el único vestigio del pasado que aparece constantemente en nuestro suelo son los restos humanos, los muertos sin nombre de un pasado oscuro y sin historia. Ya en 1.897, con motivo de unas exca­vaciones, aparecieron en Moriles unos esqueletos amontonados desordenadamente, presentando señales de violencia. Des­graciadamente ésta acompaña siempre al hombre aún en su existir más oscuro y desconocido. Ellos, los muertos, poseen ya la tierra que nosotros aún pisamos. Y ellos son ya histo­ria de nuestro pueblo. Y esta tierra, mezcla de cal, arcilla, y yeso, sudor y sufrimientos humanos, nos llama y nos atrae hacia ella con una especie de fatalidad telúrica. ¿Quién no ha sentido a veces la extraña sensación de haber vivido ya antes en otro momento del pasado, o de estar reviviendo situaciones y re­pitiendo hechos ya vividos en otra vida anterior? Es como si la tierra nos tuviese prisioneros, encerrados en un "eterno retorno", condenados a volver una y otra vez al lugar de nuestro origen. Volver a nuestras raíces. Es verdad que de esas raíces del pasado arranca la historia de nuestro pueblo. Pero el pasado solo no hace histo­ria si no se proyecta hacia el futuro. No podemos dejarlo enterrado como aquellos muertos sin nombre. La historia de Moriles está en sus hombres, decía antes, y en ellos no va­mos a encontrar hechos gloriosos ni nombres ilustres, pero para nosotros cada una de "las pequeñas historias" que oía­mos contar cuando niños de boca de nuestros abuelos, están cargadas de una humanidad tremenda y nos calaban profundamente como si hubiese sido algo vivido por nosotros mismos. Es la vuelta a las raíces de que hablaba antes. Moriles no tiene historia, pero entre todos poseemos re­cuerdos, datos, anécdotas, tradiciones o documentos, y entre todos podemos "contar" la historia de nuestro pueblo. Bien es verdad que Moriles más que una historia de un pasado lo que necesita es un buen proyecto de futuro, pero también es cierto que conociendo nuestro pasado estaremos mejor preparados para proyectarnos de verdad en el mundo actual, para hacer nuestra historia como pueblo; y Moriles bien merece una historia. 
 Antonio CORTES CORTES Cronista Oficial de Moriles (Publicado en "Moriles", Revista de Feria 1984. Págs. 13 y 14)

El origen de Moriles en el recuerdo de Paula Contreras

En julio de 1984 (tenía entonces 73 años), Paula Contreras, accediendo a una petición mía, plasmaba sus primeros recuerdos sobre Moriles en una densa y amplia carta que, por su contenido, creo debo poner al alcance de todos los seguidores de este blog. La divido en cinco páginas según su contenido.