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jueves, 6 de octubre de 2022

LA HISTORIA DE MORILES ENTRE LA MEMORIA, EL OLVIDO Y LA LITERATURA


A medida que nos vamos haciendo mayores y nos creemos ya con un bagaje acumulado de conocimientos y experiencias, nos da por pensar en el futuro, en ese momento en que ya no estemos, e imaginamos entonces cómo superviviríamos en el recuerdo de los que nos rodearon y convivieron con nosotros. Nos agrada pensar que perduraremos en su memoria, y, por otro lado, nos entristece caer en el olvido. A los pueblos les sucede lo mismo, a medida que se van enriqueciendo en historia surge el problema de cómo se recuerda o se interpreta esa historia por las generaciones venideras. Por eso hay quienes han escrito sus propias memorias para la posteridad y otros se encargan de dejar constancia de los hechos históricos de los pueblos.

Realmente la vida se desarrolla entre la memoria y el olvido que, según el escritor inglés Samuel Butler (1835-1902), son como la vida y la muerte; recordar es vivir y olvidar es morir; la memoria es la vida y el olvido sería la muerte. Por eso solemos pensar que no moriremos totalmente mientras haya quien nos recuerde y nos libre del olvido. Cuando nadie nos recuerde habremos muerto definitivamente.

Por eso suelo pensar que la verdadera memoria, tanto personal como de los propios pueblos, la que nos perpetúe en el tiempo, es la que dejemos en la vida de los demás como una huella indeleble que permanezca tanto en la mente de cuantos se relacionaron con nosotros (familia, compañeros, amigos, clientes, alumnos…) como en la misma memoria colectiva de la sociedad. En el humanismo prerrenacentista, Jorge Manrique, en sus “Coplas a la muerte de su padre”, hablaba de esa memoria, conocida como “vida de la fama”, que llega a ser una forma de perduración en el tiempo y a la que se llega después de dejar tras de sí una vida de honor, heroísmo y virtudes humanas que perviven tras la muerte.

Como hemos visto, los pueblos también tienen su memoria, la de los hechos que los han ido forjando a lo largo de la historia y, por lo tanto, están expuestos a ser víctimas del olvido. Y esto me lleva a pensar en nuestro pueblo, Moriles, que es ya una comunidad que ha dejado una larga historia tras de sí, de la que, desafortunadamente, sólo nos ha llegado un breve período de tiempo. El resto ha desaparecido; hemos perdido su memoria. Es como si la peste del olvido hubiese arrasado tantas vidas y tantas obras de miles de personajes anónimos que nos precedieron en su historia. En “Cien años de soledad” García Márquez nos narra cómo la peste del olvido azotó la mítica aldea de Macondo haciendo que nadie se reconociera a sí mismo y cómo José Arcadio Buendía inventó unos trucos para que la gente no perdiese la memoria. Macondo hubiera desaparecido en el olvido, pero, finalmente, el brebaje del gitano Melquíades obró el milagro y Macondo pudo recuperar su memoria.

 Es cierto que, en un momento u otro de nuestra vida, seremos víctimas del olvido, como Macondo, pero, como dice Mario Benedetti, “El olvido está lleno de memoria”, es decir, el olvido es como la niebla que no nos deja ver el paisaje, pero cuando aquélla se disipa, surge de nuevo la memoria. Moriles debe también recuperar su memoria y rescatar del olvido esos pasajes maravillosos de su historia escritos con el sudor y el trabajo de sus habitantes, pero todavía ocultos en la niebla del tiempo.

Desde aquí animo, por tanto, a esta nueva y joven generación de morilenses amantes de la Historia y de su pueblo a que no dejen de ahondar en la historia de la antigua aldea de Zapateros, en sus orígenes moriscos y medievales y remontarse incluso a las primeras poblaciones y culturas que habitaron estos pagos. Es la única forma de encontrar nuestra propia identidad. Entre todos debemos recuperar la historia de nuestro pueblo, recuperar su memoria y sacarla definitivamente del olvido.

Pero hay un tipo de memoria a la que debemos prestar atención: la que se sitúa entre el recuerdo y la ficción. Más que memoria es invención, llegando a ser un mecanismo de defensa cuando los hechos que vamos a narrar son más bien fruto de la fabulación al no saber si son reales, o bien se inventaron hace tanto tiempo que ya creemos que sucedieron realmente. Es un tipo de memoria inventada e impuesta a la que a veces recurrimos para justificar nuestros propios intereses, nuestras mentiras o nuestro exceso de fantasía. La historia de los pueblos también sufre esa distorsión de la verdad. Fue también Samuel Butler quien dijo: “Dios no puede modificar el pasado, pero los historiadores, sí.”

Cuidado con esos pseudohistoriadores que padecen de amnesia voluntaria, que borran o inventan datos y hechos históricos a su antojo. Milan Kundera, en “El libro de la risa y la memoria” habla de la amnesia de la memoria. El olvido se convierte en un intento de reescribir la propia autobiografía, cambiar el pasado, borrar las propias huellas, tato a nivel personal como de la propia colectividad. En realidad, esto sucede porque el ser humano es muy propenso al olvido Es el llamado efecto computadora: borramos memoria de nuestro disco duro de los datos que no nos interesa conservar. El poder totalitario utiliza este método para reinventar y reescribir la historia de los pueblos a los que domina sabiendo que pronto la historia verdadera será olvidada y sustituida por la nueva verdad. Por eso la lucha contra el poder se convierte también en lucha de la memoria contra el olvido.

 Pero no toda ficción literaria tiene por qué ser negativa. Memoria y olvido, en su aspecto creativo, pueden estar en el origen del mito o la leyenda, aportando datos mágicos que enriquecen la propia realidad. El mito es la poesía de la historia y en este mundo del mito yo situaría la Obra literaria de nuestra paisana Paula Contreras cuando se refiere a Moriles o Zapateros. En sus obras ella ha conseguido crear unos personajes, nacidos de la maravillosa memoria que ella guardaba en los recuerdos de su niñez, que trascienden la propia historia real, rescatando la que no está escrita en los archivos ni en los libros, sino en las gentes, en los campos, en el ambiente, en el aire... En sus “Historias de un pueblo sin historia”, Paula ahonda en nuestras raíces como pueblo. Todos los lugares de la anti­gua aldea de los Zapateros están en su obra desde siem­pre y para siempre y todos sus per­sonajes (Tole, María, José Manuel, Crucita, Morachita, María Victoria, don Diego, Dolores, Ramón, Dieguito, don Emilio y el tío Goro) siguen vivos en esas maravillosas páginas porque cuando ellos hablan no son ellos sino la misma tierra de la antigua aldea que quedó grabada en la memoria de su autora y hoy nos ha quedado para siempre hecha libro, hecha vida y hecha poesía.

Ojalá veamos pronto que la memoria de nuestro pueblo, entre el mito y la historia, salga del olvido y se vaya llenando de nueva y auténtica vida. Entre todos debemos poner nuestro granito de arena; unos con la investigación histórica, otros con la creación artística o literaria, los organismos públicos con la promoción, publicación y difusión de las obras y todos con el estudio, el aprendizaje y la lectura de todo lo relativo al pasado de nuestro pueblo, Moriles. En esa tarea estamos y que no decaiga. 


 

El origen de Moriles en el recuerdo de Paula Contreras

En julio de 1984 (tenía entonces 73 años), Paula Contreras, accediendo a una petición mía, plasmaba sus primeros recuerdos sobre Moriles en una densa y amplia carta que, por su contenido, creo debo poner al alcance de todos los seguidores de este blog. La divido en cinco páginas según su contenido.