A Antonio Cortés
Moriles
Paisano y amigo Antonio: Siempre tengo que empezar mis cartas pidiendo perdón por la tardanza en contestarlas; (...) y eso que lo que más me gusta y que a veces es necesidad del espíritu, es escribir. Y vamos allá:
1. Primeros recuerdos
Efectivamente siento un gran amor por Moriles y me duele no ir con más frecuencia; por mi familia, por mis amistades y por mis recuerdos. Cuando paso ahí unos días, me siento poseída por un travieso "martiníllo" que hace que me desaparezcan algunas cosas actuales y veo a mi pueblo como lo dejé: las mismas casas, las mismas personas, las mismas piaras de animales o grupos de recuas ocupando transitoriamente las calles. Y gozo. Y no me sorprendo cuando veo a un zagalón conduciendo a unas docenas de cabras, montado en bicicleta, vestido con unos pantalones vaqueros y una camiseta chillona, aplicando a su oído un pequeño transistor. No me sorprendí, repito, pero busqué en mis recuerdos a Frasquillote, y pensé si Fasquíllote hubiese estado acompañado en su trabajo por un transistor ¡qué otra hubiese sido su vida! porque a Frasquillote todos lo considerábamos como un animal más de la piara. (Frasquillote tuvo en su vida un triste romance de fieras, que muy pocas personas han sabido )
Yo nací un año antes que Moriles; en el lagar Los Motivos, propiedad de mi padre, el año 1911; entonces el término de Aguilar creo que llegaba hasta allí, y el de Lucena hasta las primeras casas de la calle Cochera; agonizaba la aldea de Los Zapateros cuando yo nacía; fui inscrita en Aguilar de la Frontera por motivos del término municipal, pero siempre me he considerado de Moriles. No había luz eléctrica y nos alumbrábamos con candiles, velones, quinqués y carburadores; los candiles, para andar por casa igual que los velones; los quinqués eran el lujo difícil porque costaba una velada de invierno -de 7 a 10 de la noche- unos quince céntimos (tres perrillas); a veces en mi casa llegábamos a veinte céntimos (dos perras gordas); yo iba diariamente a comprar el petróleo a casa de Chota, padre de Javier el Mocho (también este último tiene una triste historia de amor donde danzan Celestina, bebedizos y brujerías con la esperanzadora y potente juventud del Javier mozo). El Chota tenía la tienda en el callejón, frente a la terminación de la casa actual de Corpas; tenía toda la pared desde el techo al suelo llena de hojas de revistas ilustradas: Blanco y Negro, La Esfera, La Ilustración Española y Mundo Gráfico y a mí me encaba por esto ir a por el petróleo. Yo vivía en la casa donde ahora está el bar Zurito que mi padre había comprado al vender Los Motivos. Esa casa tiene una historia muy interesante pero que al decirla heriría a algunas personas; la casa tenía entonces dos puertas, una la actual y otra que abría a la calle Horno, casi enfrente a la maravillosa puerta del molino de Chacón; una puerta de dos hojas y en una, un portillo, claveteada por artísticos bronces.
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