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martes, 18 de agosto de 2015

Mi homenaje a Lorca en el 79 aniversario de su asesinato

Agosto de 1936. Las tropas sublevadas, que habían apoyado el levantamiento contra la República, habían ocupado ya gran parte de nuestros pueblos y principales ciudades. Las nuevas autoridades militares, la CEDA y la Falange habían tomado ya posesión de los Cuarteles, Gobiernos Civiles y Ayuntamientos. Los fusiles comenzaron entonces a cantar sus trágicas canciones. Las balas asesinas iban segando vidas inocentes. Había comenzado la represión. Luego, muerte. Más. Silencio. Más. El olvido.
García Lorca muere víctima de la represión nacionalista en Granada, víctima de una represión ciega, sangrienta y criminal, planeada y llevada a cabo por las autoridades provinciales contra toda persona comprometida de alguna forma con la esperanza en una sociedad más libre y más justa. Realmente Federico no podía escapar a aquella represión.
En los difíciles y agitados años de 1917 a 1920, cuando no era más que un adolescente, Federico se había unido a la esperanza del mundo socialista en el triunfo de la Revolución Bolchevique viviendo y sintiendo los movimientos sociales en el campo andaluz. Cuando en 1922 su amigo el profesor Fernando de los Ríos -más tarde Ministro de Instrucción Pública del Gobierno de Azaña- regresa a Granada de su viaje a Rusia, colabora con la suscripción abierta por el Centro Artístico de Granada en favor de la Rusia hambrienta. El poeta va tomando partido por los pobres. En 1934, durante su estancia en Buenos Aires, en una entrevista en Radio Stentor el 26 de marzo, se declaró “del partido de los pobres, pero de los pobres buenos”. Es el único partido en el que Lorca militó en su vida. Y el 15 de diciembre del mismo año, en el periódico El Sol, publicaba un artículo, que también aparece en El Defensor de Granada del día 21, donde declara:
“Yo en este mundo siempre seré y soy partidario de los pobres… Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.”
Federico, que estaba acostumbrado a ver la indigencia del campesino andaluz, comprende que el origen de la marginación y de las diferencias sociales está en el desequilibrio económico, como declaró en la última entrevista publicada antes de su muerte en el periódico La Voz el 1º de abril de 1936:
       “Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: “¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla”. Y el pobre reza: “Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre.” Natural. El día que el hambre desaparezca va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?”  (Entrevista Felipe Morales, 1936. O. C. Aguilar 20ª edición, tomo II. pp. 1079-1080)
El poeta se había ido ilusionando con el triunfo de una Revolución espiritual capaz de redimir a todos los marginados. En 1931, al proclamarse la República, Federico se lanza a la calle participando en las manifestaciones callejeras, como declaró su amigo el diplomático chileno Carlos Morla. A partir de entonces y, sobre todo, a partir del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, participa en actos con matiz político, pero siempre como intelectual esperanzado en el triunfo de aquella Gran Revolución. En 1932, con la creación del teatro popular La Barraca, Lorca se había adherido a “la marcha hacia el pueblo” de los intelectuales españoles de entonces, sumándose así al movimiento de literatura social y comprometida. 
El artista ha de mantenerse como anarquista espiritual”, decía en una entrevista en Buenos Aires, y a Dámaso Alonso le decía: “Yo nunca seré político. Yo soy revolucionario porque no hay un verdadero poeta que no sea revolucionario.” (Dámaso Alonso. Poetas españoles contemporáneos, Gredos, Madrid, 1978, pp. 160-161)  Con estas palabras Lorca niega su militancia o su compromiso con algún partido político, expresando la clave de su compromiso social: éste le viene de su condición de poeta que pretende encontrar, como él dice, “la oscura raíz del grito” que une a todos los marginados del mundo. Sólo creerá en aquella Gran Revolución espiritual.
En realidad, políticamente, el poeta era bastante ingenuo. Gabriel Celaya relata la visita de Lorca a San Sebastián el 7 de marzo de 1936 con motivo de una lectura de sus obras en el Ateneo: Federico le había invitado a visitarle en el hotel Biarritz donde se alojaba, pero había invitado también, al mismo tiempo, a José Manuel Aizpurúa, arquitecto y falangista. Durante la reunión Celaya se abstuvo de dirigir la palabra al arquitecto. Más tarde Lorca se disculparía tomando a broma el acontecimiento. Celaya comenta: “Federico se reía. Creía que aquello no era más que una travesura de niños. No veía nada detrás. Se reía como de una broma. Pero esa risa, esa confianza… le costó la muerte.” (Gabriel Celaya. Un recuerdo de Federico García Lorca. Citado por Ian Gibson en La muerte de Federico García Lorca. Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978. Pág. 37-38)
Esta ingenuidad política se convierte en un mar de dudas, vacilaciones y miedos en los días anteriores a la Guerra Civil. Así leemos en una carta a Adolfo Salazar en los primeros días de junio del 36 que Federico presiente acontecimientos desagradables para él. Su íntimo amigo Rafael Martínez Nadal, que le acompañó en Madrid hasta el momento de coger el tren para Granada, nos describe a un Lorca indeciso, desorientado y deprimido a raíz de los asesinatos del Teniente de Asalto José Castillo y de Calvo Sotelo. Pide opinión sobre lo que debía hacer tanto a sus amigos socialistas como falangistas (don Antonio Rodríguez Espinosa, Fulgencio Díaz Pastor, Luis Rosales y Agustín de Foxá).
Y sintió miedo los días anteriores al movimiento; un miedo tremendo. Pero con todo marcha a Granada, a su Granada, porque quería celebrar en familia el 18 de julio, día de san Federico. El presentimiento de la muerte había sido un compañero inseparable durante su vida, llegando incluso a ver su propio asesinato en estos espeluznantes versos de Poeta en Nueva York:
“Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
Los nombres de todos sus ahogados.

            Y en la madrugada del 19 de agosto de 1936, en su Granada, en la Acequia del pueblecito de Víznar, junto a la Fuente Grande, la antigua Ainadamar o Fuente de las Lágrimas que habían cantado los poetas árabes, quedó descansando el corazón de Federico. Pero un poeta nunca muere; nos quedará siempre su Obra, balcón abierto a todos los espacios y todos los tiempos:
“Si muero
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo)
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento)
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!”
-Así pedía en su poema“Despedida”-
El poeta no muere; el poeta duerme, descansa: “Mi corazón reposa junto a la Fuente Fría”, diría también proféticamente en su poema“Sueño”. Y en su“Gacela de la muerte oscura” quiere permanecer para siempre en ese sueño:
“Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del Viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas”

            Lorca nos dejó el balcón abierto en su Despedida y hoy sigue con nosotros a través de su Obra. El investigador Gibson, después de investigar la muerte del poeta, nos afirma que “es la hazaña poética de Lorca -su Obra- y no su muerte, lo que sigue siendo y lo será siempre, un enigma”.

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