Agosto de 1936. Las tropas sublevadas, que habían apoyado el levantamiento
contra la República, habían ocupado ya gran parte de nuestros pueblos y principales
ciudades. Las nuevas autoridades militares, la CEDA y la Falange habían tomado
ya posesión de los Cuarteles, Gobiernos Civiles y Ayuntamientos. Los fusiles
comenzaron entonces a cantar sus trágicas canciones. Las balas asesinas iban
segando vidas inocentes. Había comenzado la represión. Luego, muerte. Más.
Silencio. Más. El olvido.
García Lorca muere víctima de la represión nacionalista en Granada,
víctima de una represión ciega, sangrienta y criminal, planeada y llevada a
cabo por las autoridades provinciales contra toda persona comprometida de
alguna forma con la esperanza en una sociedad más libre y más justa. Realmente
Federico no podía escapar a aquella represión.
En los difíciles y agitados años de 1917 a 1920, cuando no era más que un
adolescente, Federico se había unido a la esperanza del mundo socialista en el
triunfo de la Revolución Bolchevique viviendo y sintiendo los movimientos
sociales en el campo andaluz. Cuando en 1922 su amigo el profesor Fernando de
los Ríos -más tarde Ministro de Instrucción Pública del Gobierno de Azaña-
regresa a Granada de su viaje a Rusia, colabora con la suscripción abierta por
el Centro Artístico de Granada en favor de la Rusia hambrienta. El poeta
va tomando partido por los pobres. En 1934, durante su estancia en Buenos
Aires, en una entrevista en Radio Stentor el 26 de marzo, se declaró “del
partido de los pobres, pero de los pobres buenos”. Es el único partido en el que Lorca militó en su vida. Y el 15 de
diciembre del mismo año, en el periódico El Sol, publicaba un artículo, que también aparece en El Defensor de
Granada del día 21, donde declara:
“Yo en este mundo siempre seré y soy partidario de los pobres… Yo siempre
seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se
les niega.”
Federico, que estaba acostumbrado a ver la indigencia del campesino
andaluz, comprende que el origen de la marginación y de las diferencias
sociales está en el desequilibrio económico, como declaró en la última entrevista
publicada antes de su muerte en el periódico La Voz
el 1º de abril de 1936:
“Mientras haya desequilibrio económico,
el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río.
Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio el
aire con sus bostezos. Y el rico dice: “¡Oh, qué barca más linda se ve por el
agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla”. Y el pobre reza:
“Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre.” Natural. El día que el
hambre desaparezca va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande
que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la
alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy
hablando en socialista puro?” (Entrevista Felipe Morales, 1936. O. C.
Aguilar 20ª edición, tomo II. pp. 1079-1080)
El poeta se había ido ilusionando con el triunfo de una Revolución
espiritual capaz de redimir a todos los marginados. En 1931, al proclamarse la
República, Federico se lanza a la calle participando en las manifestaciones
callejeras, como declaró su amigo el diplomático chileno Carlos Morla. A partir
de entonces y, sobre todo, a partir del triunfo del Frente Popular en febrero
de 1936, participa en actos con matiz político, pero siempre como intelectual
esperanzado en el triunfo de aquella Gran Revolución. En 1932, con la creación
del teatro popular La Barraca, Lorca se había adherido a “la marcha hacia el pueblo” de los
intelectuales españoles de entonces, sumándose así al movimiento de literatura
social y comprometida.
“El artista ha de mantenerse como anarquista espiritual”, decía en
una entrevista en Buenos Aires, y a Dámaso Alonso le decía: “Yo nunca seré
político. Yo soy revolucionario porque no hay un verdadero poeta que no sea
revolucionario.” (Dámaso
Alonso. Poetas españoles contemporáneos, Gredos, Madrid, 1978, pp. 160-161)
Con estas palabras Lorca niega su militancia o su compromiso con algún
partido político, expresando la clave de su compromiso social: éste le viene de su
condición de poeta que pretende encontrar, como él dice, “la oscura raíz del grito” que une a todos
los marginados del mundo. Sólo creerá en aquella Gran Revolución espiritual.
En realidad, políticamente, el poeta era bastante ingenuo. Gabriel Celaya relata la
visita de Lorca a San Sebastián el 7 de marzo de 1936 con motivo de una lectura
de sus obras en el Ateneo: Federico le había invitado a visitarle en el hotel
Biarritz donde se alojaba, pero había invitado también, al mismo tiempo, a José
Manuel Aizpurúa, arquitecto y falangista. Durante la reunión Celaya se abstuvo
de dirigir la palabra al arquitecto. Más tarde Lorca se disculparía tomando a
broma el acontecimiento. Celaya comenta: “Federico se reía. Creía que
aquello no era más que una travesura de niños. No veía nada detrás. Se reía
como de una broma. Pero esa risa, esa confianza… le costó la muerte.” (Gabriel Celaya. Un recuerdo de Federico García Lorca. Citado por Ian Gibson en La muerte de Federico
García Lorca. Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978. Pág. 37-38)
Esta ingenuidad política se convierte en un mar de dudas, vacilaciones y
miedos en los días anteriores a la Guerra Civil. Así leemos en una carta a
Adolfo Salazar en los primeros días de junio del 36 que Federico presiente
acontecimientos desagradables para él. Su íntimo amigo Rafael Martínez Nadal,
que le acompañó en Madrid hasta el momento de coger el tren para Granada, nos
describe a un Lorca indeciso, desorientado y deprimido a raíz de los asesinatos
del Teniente de Asalto José Castillo y de Calvo Sotelo. Pide opinión sobre lo
que debía hacer tanto a sus amigos socialistas como falangistas (don Antonio
Rodríguez Espinosa, Fulgencio Díaz Pastor, Luis Rosales y Agustín de Foxá).
Y sintió miedo los días anteriores al movimiento; un miedo tremendo. Pero
con todo marcha a Granada, a su Granada, porque quería celebrar en familia el
18 de julio, día de san Federico. El presentimiento de la muerte había sido un
compañero inseparable durante su vida, llegando incluso a ver su propio asesinato
en estos espeluznantes versos de Poeta en
Nueva York:
“Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí
que me habían asesinado.
Recorrieron
los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron
los toneles y los armarios,
destrozaron
tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me
encontraron.
¿No me
encontraron?
No. No me
encontraron.
Pero se
supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el
mar recordó ¡de pronto!
Los
nombres de todos sus ahogados.
Y en la madrugada del 19 de agosto de 1936, en su Granada, en la Acequia
del pueblecito de Víznar, junto a la Fuente Grande, la antigua Ainadamar o
Fuente de las Lágrimas que habían cantado los poetas árabes, quedó descansando
el corazón de Federico. Pero un poeta nunca muere; nos quedará siempre su Obra,
balcón abierto a todos los espacios y todos los tiempos:
“Si muero
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo)
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento)
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!”
-Así pedía en su poema“Despedida”-
El poeta no muere; el poeta duerme, descansa: “Mi corazón reposa junto
a la Fuente Fría”, diría también proféticamente en su poema“Sueño”. Y en su“Gacela de la muerte oscura” quiere
permanecer para siempre en ese sueño:
“Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del Viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas”
Lorca nos dejó el balcón abierto en su
Despedida y hoy sigue con nosotros a través de su Obra. El investigador
Gibson, después de investigar la muerte del poeta, nos afirma que “es la hazaña poética de
Lorca -su Obra- y no su muerte, lo que sigue siendo y lo será siempre, un
enigma”.
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