Aunque el virus parasita las células de un organismo vivo,
su efecto es mucho más grave que el de un simple parásito. Por su código
genético el virus no se puede replicar por sí mismo, sino que necesita una
célula huésped, a la que destruirá y dañara, para conseguir su multiplicación.
Por su forma de actuar tan parecida, hay otro virus del que
hay que aprender a protegerse además del COVID-19, el fascismo, que actúa como
un virus, como un ser tóxico.
El fascismo y la gente tóxica funcionan de manera muy
parecida: necesitan un huésped, una víctima donde alojarse para desarrollarse y
vivir
Así es. Todo lo que, por desgracia, estamos aprendiendo
sobre los virus y tantos ataques como, también por desgracia, estamos
soportando de unas formaciones políticas y de unos indeseables representantes
políticos, me lleva a establecer un paralelismo entre ambas epidemias. Los
fascismos actúan como virus. Su código genético es el mismo: no se pueden
replicar a sí mismos, sino que necesitan una célula huésped, una víctima, a la
que destruirá y dañara, para conseguir su multiplicación. Como el virus, esperan
su mejor momento para el ataque y siguen luego unas estrategias parecidas a una
invasión viral en masa hasta conseguir extenderse como una gran pandemia.
La elección del momento es importante. ¿Por qué la formación
de Blas Piñar no llegó a obtener en la Transición más de un diputado en el Parlamento?
Porque el discurso de FN no era lo que la mayoría de personas desea escuchar en
aquellos momentos; en aquellos años lo que menos necesitábamos era seguir
oyendo la misma monserga de un régimen que había durado más de cuarenta años.
Por eso los fascismos saben esperar y surgen después de una gran crisis o una
gran depresión (1ª Guerra Mundial, pandemia de la gripe española, crac del 29)
en que el descontento general es muy alto y todos quieren oír voces que digan
que nos van a sacar de esa crisis de la que culparán siempre al gobierno de
turno. El fascismo comenzará a hablar cuando la gente esté preparada a escuchar
lo que siempre ha querido oír. De esta forma el terreno ya está abonado; ahora
sólo queda parasitar los puntos más vitales de sus víctimas para terminar anulando
su voluntad y su capacidad crítica ante ese momento histórico, porque, como
auténticos chantajistas, son expertos en manipulación.
Actualmente los fascismos están ganando terreno. Estamos
soportando aún los efectos devastadores de la gran crisis del 2008 que tuvieron
que pagar los pueblos más pobres de Europa que han visto aumentar su pobreza
mientras la banca, los grandes holdings internacionales y las grandes fortunas
acrecentaban su poder económico. Ahora la gente oye con beneplácito, sin
estremecerse siquiera, los tremendos discursos de odio, de violencia y de
muerte a que nos están acostumbrando desde las redes sociales, la prensa o la
televisión, e incluso desde el mismo Parlamento, porque nuestros cerebros ya
están envenenados, invadidos por el virus mortal del fascismo.
El virus del fascismo es así, lento pero eficaz y agresivo.
Al final, sus víctimas creen que la situación normal y óptima es esa, porque su
discurso halaga sus oídos o peor todavía, porque su alma está ya anestesiada y
en su corazón anida el virus del odio, de la insolidaridad y de la muerte. Sólo la unión, la solidaridad
y la serena reflexión a la luz de la Historia podrán librarnos de estos virus
que acabarán cambiando, una vez más, el rumbo normal de nuestra sociedad.
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