Por si no teníamos
bastante con este veneno del Covid-19 que ha infectado ya a más de tres
millones de personas causando más de 250.000 víctimas en todo el mundo, los países
siguen con sus guerras tribales y sus
luchas mafiosas por el poder y la riqueza, que están envenenando a la sociedad
y a las personas.
España no podía ser menos y
en estos momentos de crisis y sufrimiento ha recuperado sus venenos más
antiguos, sus maleficios más terribles y las intrigas más ocultas que creíamos
ya relegados a épocas nefastas de nuestra historia. Una especie de vudú
maléfico que hoy resucita como un veneno por encargo, por receta y por consigna.
Tendríamos que remontarnos
al Tercer Reich (1933-1945), al padre de la propaganda nazi Joseph Goebbels, para
encontrar la fórmula escrita, la receta de este horrible veneno capaz de hacer
a quienes lo utilizan dueños del poder y el control de masas una vez
desposeídas de sus voluntades y su sentido crítico. La aplicación de esos once
Principios de la Propaganda nazi permitió a Hitler un control absoluto sobre el
pensamiento y las voluntades de las masas.
Pero en todo momento de la historia
ha habido líderes que reúnen esas cualidades: ansias de poder, odio salvaje, una
personalidad enfermiza y una fantasía desbordada, egoísmo profundo, egolatría, y
un gran talento para la oratoria.En la época actual, en la
que priman la información y las redes sociales, aparece en nuestro país una
clase política ansiosa de poder, con añoranza de los antiguos imperios, un odio
acusado a lo extranjero, ansias de grandeza, desprecio por lo débil o por lo diferente…
Apoyándose en la propaganda y en las redes sociales están consiguiendo no
informar de la verdad, sino convencer a la gente de “su verdad”, inclinar la
opinión general hacia su postura. El aluvión de mensajes con que invaden las
redes sociales no hace sino apoyar la campaña de desinformación desatada en la
prensa o la televisión.
En fin, veneno a grandes
dosis que, en momentos tan delicados de dramas humanos de lucha contra la
muerte y la enfermedad o dramas laborales por la pérdida de trabajos, ha
conseguido que la opinión pública desgraciadamente se haya dejado intoxicar: a
veces por la buena fe de algunos que quieren defender su inclusión en ese grupo
extremo como modelo socialmente aceptado en su entorno, y otras por la mala fe
de otros que aprovechan la coyuntura para trepar en el escalafón social
buscando aumentar los likes de sus contactos en redes sociales.
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