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domingo, 10 de enero de 2010

De poetas y memorias

(Haz clic sobre el título para escuchar "El Niño yuntero, por J.M. Serrat)


Malos tiempos para reclamar el recuerdo de Miguel Hernández, el poeta del pueblo, en el año de su centenario. En su Orihuela natal el popular gobierno municipal ha tomado la iniciativa con la presentación de un poemario, El Canto del Cisne de un Poeta, salido de los ripios de un poetastro de la más rancia derecha, un tal Miguel Barcala, en un pretendido “homenaje a Miguel Hernández”.

El hecho en sí no aparenta más que un acto desafortunado (los ripios que destrozan la obra del poeta, se limitan a hacer política partidista descalificando e insultando a personajes de la izquierda al tiempo que elogian a otros de la derecha), pero detrás de todo ello se esconde una estrategia de banalización de su figura como poeta del pueblo y de la libertad, del hombre que fue capaz de gritar en poesía la cruel situación de los más pobres, de los desheredados.

Algo así sucedió con García Lorca. En los primeros años del franquismo, poco después de su asesinato, para desacreditarlo, se intentó dar la idea de un poeta militante, comprometido políticamente con la España que había sido derrotada en la guerra; esto hizo que se convirtiera en un poeta tabú, casi proscrito. Más adelante, al comprobar que no se podía prescindir de la obra de este genial poeta, que había traspasado nuestras fronteras y era ya conocido y estudiado en todo el mundo, el régimen intentó rehabilitar su figura, presentando la imagen de un poeta popular, folklórico o flamenco; un poeta sin fondo, una especie de cantor del folklore nacional. Véase si no, el artículo publicado en ABC el domingo 6 de noviembre de 1966 en el 30 aniversario de su muerte, titulado nada menos que “La Obra de Federico, patrimonio nacional” firmado por Edgar Neville. Igualmente escuchábamos aquellos años sus “Cantes Populares”, tan laboriosamente recogidos por él y su amigo Manuel de Falla, en arreglos facilones para la copla, o asistíamos a recitales de sus poemas del Romancero Gitano, adaptados con el único fin de exhibir a las artistas folklóricas del momento.

Es la estrategia del crimen perfecto. En estos días, tras el intento de recuperación de la memoria histórica, se oyen voces gritando que dejemos a los muertos con los muertos, que a quién le interesan ya unos muertos de más o de menos. En otras épocas, a estos artistas visionarios de un mundo más justo, se les mataba y sus obras eran quemadas y catalogadas en el Índice de Libros prohibidos; así se garantizaba la muerte total del artista y de su obra. Nadie más reivindicaría su memoria. Hoy no es posible la quema de libros ni la inclusión en el Índice, así que hay que hay que buscar otros métodos: sustituir la “memoria histórica” por la “amnesia histórica”. Olvidar es una segunda forma de matar.

Muchos quisieran que el recuerdo que nos quede de Miguel Hernández fuese el de aquel “cabrero luminoso de rebaños milicianos” o el de “el eterno paleto” que da con sus huesos en la cárcel. Incluso nos animan a leer sus libros, eso sí, sin ir más allá de lo anecdótico, sin escarbar en su obra “a dentelladas secas y calientes”, sin estremecernos hasta el grito con sus “Nanas de la cebolla” o hasta la insumisión, con su “Vientos del pueblo me llevan” o “el Niño yuntero”.

Algunos quisieran ver ya muertos, de una vez y para siempre, a todos los “testigos de la desigualdad”, a todos los que con el recuerdo de su asesinato, su fusilamiento, su exilio o su desarraigo, nos están todavía dando aldabonazos en la conciencia, gritándonos como “Viento del pueblo”, que en este mundo no hay sitio más que para los magnates del capital y sus huestes; los demás sólo serán los explotados, los excluidos, los sin papeles, los insumisos, gente sin nombre y sin memoria. Los otros muertos, los suyos, serán los mártires, los caídos por dios y por la patria; sus nombres han sido recordados en las iglesias de todos y cada uno de nuestros pueblos hasta hace poco tiempo, mientras otros se olvidaban perdidos en las cunetas o en ignoradas fosas comunes. Olviden de una vez a esos muertos, dicen, nostálgicos de la derecha, no vale la pena recordarlos... Pero mientras, la Iglesia seguirá canonizando, una forma de inmortalizar su memoria, a los otros muertos, a los suyos. ¿Existe o no existe la memoria histórica?

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En julio de 1984 (tenía entonces 73 años), Paula Contreras, accediendo a una petición mía, plasmaba sus primeros recuerdos sobre Moriles en una densa y amplia carta que, por su contenido, creo debo poner al alcance de todos los seguidores de este blog. La divido en cinco páginas según su contenido.